domingo, 6 de octubre de 2013

OSCULO



… Y los amantes besaron sus bocas, ya era la culminación de besar la entera carne de sus cuerpos, y, ambos cuerpos, yacían tendidos sobre aquel altar a la esclavitud que es; la cama matrimonial.
            Los cuatro labios, unidos, entrelazados, constituían las puertas de sus bocas, donde ya, las dos lenguas, húmedas; se acariciaban, y, estimulaban su pasión carnal. Dentro de sus bocas, las lenguas celebran un ritual de pasión y, éxtasis. El  joven varón se irguió sobre el bello cuerpo de la mujer, y, se deleitó con aquella maravillosa imagen de su piel ebúrnea. La bella esposa lo miraba, desde aquella posición ahora de esclava; el apuesto marido le pareció  imponente, de atlético cuerpo y piel ebúrnea; sus músculos resaltaban en aquella luz de luna, era semejante a un gladiador que había derrotado a su rival, que yacía en el suelo, en medio de aquel par de piernas atléticas y fuertes. Ella, era el rival ya derrotado, yacía de espaldas y miraba a su conquistador desde lo bajo; desnudo, resplandeciente, invicto; indómito. Y por primera vez en su vida le dijo sinceramente: - Te amo… - le dijo con voz trémula – ahora acábame, porque me has herido de pasión –.
            Él la observaba; su cabello revuelto, castaño, sus labios encendidos de pasión; rojos. En su rostro, las muecas del deseo. Su cuerpo se revolvía entre las sabanas, se mordía los labios y, su respiración se tornaba agitada. Aquella imagen era maravillosa, aquel cuerpo femenino, desnudo, era; exquisito.
            -Liquídame – le suplicó la mujer – asesíname con tu sexo –. Y entonces, su cuerpo se sacudió de manera violenta. Había sido; un espasmo fatal. Su piel blanca se tornó casi transparente y luego; su voz se ahogó. Sus ojos se trocaron llorosos y suplicantes por ayuda, luego, como pudo, alzó su mano en dirección de su esposo.
            -¡Bruja! – Le dijo él – ahora vas a morir a causa de los excesos de tu placer –  y, un hilo de sangre brotó de su nariz, su cuerpo se trocó trémulo y, cayó sobre el pecho perfecto de la esposa, la sangre; ya cubría lentamente la piel ebúrnea de la bella mujer.
            -Pérfida – le decía mientras agonizaba – mira que engañarme en mi propia casa… – y aquellas últimas palabras les había impregnado un tono colérico, furente; rebosante de odio. La mujer sintió un temor inmenso, desesperante, y, entonces comprendió.
            -¿Qué me has dado? ¡Estás loco! – dijo la mujer.
            -Todo lo que te he dado es amor y, un beso; el último – respondió el varón. La mujer intentaba liberarse del cuerpo de su esposo, pero ya sus fuerzas se agotaban, y, entonces; sus miradas se encontraron; agonizantes…
            Todo había sido una mentira; el matrimonio, el amor, la fidelidad, las bellas palabras, los besos tiernos, los labios, la lengua y su saliva, la pasión de la carne, el aliento cálido; la vida. Lo verdadero había sido la sangre virginal que se derramó en las sábanas blancas de su cama, su hermosura y la maldición que ésta trae consigo. Él la vio un día, enclaustrada en su casa. Se asomaba por la ventana, con la mirada en lo alto; soñando. Ya, desde entonces, muy joven, era; bellísima, y, por eso mismo yacía en la penumbra, ajena del mundo exterior. Su madre, le había cuidado y protegido del mundo. No quería que ella, su hija, tuviera la misma suerte; que los hombres la sedujeran, y, luego, abandonaran su simiente dentro de ella, para luego olvidarla. Su madre la educó y le impuso leyes, pero ya en su adolescencia, viendo a aquel varón; el primero que puso sus ojos en ella, enseguida le otorgó su corazón. Él la sedujo con cartas que hacía llegar por debajo de la puerta cuando su madre no se encontraba. Y, un día; se fugaron, quedando atrás todas aquellas palabras escritas. Pronto unieron sus vidas en matrimonio y, ambos ofrendaron sus cuerpos al placer del otro, fue ahí donde ella descubrió el sexo y, se convirtió en su vicio y esclavitud. Aquella sangre derramada, prueba de su virginidad, también simbolizó la emancipación de su carne. Pronto terminó el idilio y le continuó el duro trabajo. El marido cumplió con su papel de proveedor, nada le faltaba a su amada, solo la carne de su hombre, luego, tan solo le faltaba; la carne de un hombre, pues ella, la inocente esposa, se trocó en una fiera; una ninfómana, y, entonces, los hombres la acecharon como viles perros en celo. Mientras el esposo faltaba en la cama matrimonial, cientos de hombres ocuparon su lugar, hombres ricos y poderosos, como también horribles y miserables, ellos devoraban las carnes blancas y exquisitas de su bella esposa, la ultrajaban, la humillaban y, la enloquecían de placer. Aquel cuerpo perfecto fue llamado entre aquellos perros sucios como; “La Virgen del Placer” o, “La Virgen Degenerada”.   Y el esposo, su dueño, un día, al volver del trabajo a causa de un pequeño accidente, halló a todos en su cama, reunidos y dispuestos en una gran orgía; un pandemónium. Gemían, gritaban y pataleaban, ora peleaban por la mujer, ora caían agotados de placer, y ella, era siempre la insatisfecha, estaba maldita para siempre. El hambre y la sed de carne y pasión eran constantes, e insaciables. El marido abandonó la casa sin que nadie se percatara siquiera de su llegada, entonces lloró y maldijo a su mujer y de ella pensó: - ¡Sino puedo ser el único, entonces seré el último! – y preparó una mezcla de venenos, a saber cuáles y cuantos, entonces mojó sus labios en la mezcla y volvió de noche, a su lecho ignominioso y depravado. Ahí la encontró, dormía desnuda bajó aquellas sabanas que transparentaban su cuerpo perfecto, y, aquella imagen; lo rindió. Corrió al baño y limpió su boca envenenada, cuando volvió, su esposa lo esperaba de pie y; desnuda. Entonces ambos se poseyeron y él, la besó en los labios; fue un beso puro y, romántico. Abrió los ojos y entonces, descubrió en aquella piel blanca las huellas de aquella pasión animal. Y el corazón le explotó por dentro, por sus venas corrió el odio, y, aquella pasión de asesino gobernó su mente.
            -¡Bruja! – Le dijo él – ahora vas a morir a causa de los excesos de tu placer –  y, un hilo de sangre brotó de su nariz, su cuerpo se trocó trémulo y, cayó sobre el pecho perfecto de la esposa, la sangre; ya cubría lentamente la piel ebúrnea de la bella mujer.
            Ya era demasiado tarde. ¿Cuál fue la causa del deceso de ambos? ¿El amor, el veneno de sus labios, el odio?
            Fue así como murieron… por un beso.